Existe la creencia de que el conocimiento es grande, amplio, que el conocimiento es inabarcable, portentoso. La creencia de que se esconde en muchos libros, que es limpio, acumulable, que es como una escalera que peldaño a peldaño te lleva más alto. Que no lo tienes, que hay que alcanzarlo, obtenerlo, ganarlo. Que si sabes, ya sabes. Esta es la lógica del mundo, la lógica experta, la lógica enmarcada, la que hace coro de decencia.
En el mundo al revés, el conocimiento es pequeño, va desnudo, cabe en una frase, o en una palabra, o en una letra, en la que hay que meterse a muerte, como quien se mete en la madriguera de un conejo, se pierde en la oscuridad del túnel que huele a tierra mojada, lleno de gusanos, y no sabe a dónde va. Aquí no hay escalones, no hay «llegar», no hay caminos, todo es lo contrario, lo mismo no es igual y saber nos es saber. En la suciedad oscura, el conocimiento lo tienes siempre, detrás, debajo, en medio de ti.
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